domingo, 26 de mayo de 2013

¿Aburrirse o atarearse?




¿Cómo hacer que el tiempo pase despacio? Algunos de los que estamos enfermos y sabemos que nuestra vida será más breve de lo que pensábamos queremos que el tiempo pase despacio, que los días nos parezcan interminables y que las semanas y los meses tarden en llegar, o en pasar, queremos dilatar al máximo el breve futuro que nos espera.

Yo ahora no rehúyo del aburrimiento, al contrario, lo busco si con él consigo dilatar las horas y los días.  Los que como yo sean de carácter hiperactivo intentarán hacer muchas cosas, tenderán a ocupar su tiempo al máximo, intentarán aprovecharlo y comprimir en unos días o semanas lo que de otra forma tardarían meses en hacer. 

Saber que no tengo tanto tiempo y que mi movilidad o mi cabeza se irán debilitando me fuerza a aprovechar el tiempo ahora que estoy bien. Pero la paradoja es que cuanto más aprovecho mi tiempo haciendo cosas, cuantas más cosas hago, más rápido me pasan los días y las semanas. Me debato por tanto entre la idea de que aprovechar la vida es hacer muchas cosas, y la necesidad de que el tiempo pase despacio para disfrutarlo. He pasado de mirar el reloj y decir “vaya, todavía son las 4”, a desear poder decir “que bien, todavía son las cuatro”.

Hay dos ideas de mi planteamiento que requieren reflexión. Una es la de creer que haber vivido es haber hecho muchas cosas, ¿realmente ha vivido más el que más cosas ha hecho en su vida?, esto es algo que me resulta interesante y me apetecería analizar más a fondo. La otra idea, en la que prefiero concentrarme ahora, es la de buscar la sensación de que el tiempo pase despacio.

Por lo que he visto, hay dos aspectos que hay que tener en cuenta en lo que se llama el “tiempo subjetivo”, es decir, la sensación personal del tiempo.  Uno de los aspectos es la edad. Transcribo aquí lo que copié de algún sitio del que no guardé la referencia.



“El profesor de psicología Douwe Draaisma de la Universidad de Groninger (Holanda) ha escrito un libro titulado ¿Por qué el tiempo vuela cuando nos hacemos mayores? (Alianza Editorial)

Un dato interesante sobre este temas es que la existencia de algún cronometro interno ya había sido sugerida hace más de 70 años. Un psicólogo estadounidense, Hudson Hoagland, escuchó a su mujer quejarse de que su marido se había marchado de la habitación durante mucho tiempo, cuando en realidad había salido sólo un momento. La señora Hoagland estaba padeciendo una fiebre intensa, y era cuidada por su marido.

Picado por la curiosidad, el psicólogo le pidió a su mujer que le dijera cuándo había pasado un minuto. Solo 37 segundos más tarde ella dijo que ya había pasado el tiempo. Puesto a investigar, Hoagland descubrió que medida que subía su temperatura, la percepción del tiempo de su mujer era aún más lenta (su cronometro funcionaba más rápido, como el de Hall).Más tarde también pudo determinarse que haciendo descender la temperatura del cuerpo de una persona en dos o tres grados se podía acelerar el sentido subjetivo del tiempo (o sea, disminuir la velocidad del ritmómetro).

Dado que hay una correlación entre la cantidad de dopamina y la percepción del paso del tiempo, y que los niveles de esta sustancia en el cerebro disminuyen con la edad, el sistema nervioso y su ritmómetro se hacen más lentos al envejecer. Esto explica porque los ancianos a menudo confunden el tiempo. Los experimentos demuestran que cuanto más viejo se hace uno, más se tiene la impresión de que el tiempo vuela “

Si realmente es así, está claro que entonces la percepción del tiempo dependerá de las características bioquímicas de cada individuo y del envejecimiento. Además de la existencia de este posible reloj interno, hay otra explicación para la pérdida del tiempo subjetivo con la edad, y este es el de la experiencia.  Hacer cosas nuevas parece estar también relacionado con el otro aspecto que me interesa, el de conseguir tener la sensación de que las horas y los días pasan despacio.

Según David Eagleman, neurocientífico y director del Laboratory for Perfection and Action del BCM:

 “puesto que retenemos mejor los recuerdos más densos cuando hemos visto algo emocional o incluso algo nuevo, cuando miramos hacia atrás parece que duró más tiempo. Esto significa que si quieres que parezca que tu vida ha durado más, lo que tienes que hacer es perseguir cosas nuevas. Necesitas probar cosas nuevas todo el tiempo”.



 
David Eagleman. Programa Redes. 2008.

Según su teoría, cuando la experiencia es nueva, nuestro cerebro gasta más energía. Es así porque prestamos más atención y registramos más detalles que cuando la experiencia es repetida. Este esfuerzo mental nos produce la sensación de que el tiempo transcurrido es mayor.

Cuando la experiencia es repetida no hemos de registrar tantos datos nuevos en nuestro cerebro porque ya los conocemos y gastamos menos energía en hacernos la representación mental de lo que está sucediendo. Por ejemplo, cuando nos desplazamos por primera vez a un lugar determinado desde nuestra casa tenemos que estar atentos para realizar el camino correctamente y no perdernos. En el viaje de ida la distancia entre nuestro origen y el destino suele hacerse larga, mientras que en el viaje de vuelta, al haber registrado referencias espaciales, el viaje se hace más corto.

Esta sensación es la que se tiene cuando se viaja a otros países u otros sitios por primera vez. La cantidad de experiencias y sensaciones son totalmente nuevas, no las hemos registrado anteriormente y por tanto nuestros sentidos están óptimamente conectados, tenemos una auténtica “presencia plena”, nuestra mente está totalmente concentrada en vivir el momento, tenemos sensaciones nuevas, conocemos a gente muy diferente y por tanto nuestra emoción nos ayuda a recordar y a fijar las vivencias en nuestro cerebro de forma que nos acordaremos de aquella habitación, de aquel paisaje o de aquella persona como si el tiempo no hubiese pasado. La sensación cuando se viaja es precisamente esa. Llevar unas pocas semanas de viaje da la sensación de que se lleva meses.

Parece que esa explicación, la pérdida paulatina de nuevas experiencias con la edad, es la que también explica por qué el tiempo pasa más deprisa cuando envejecemos. A medida que vivimos y acumulamos experiencias hay menos experiencias nuevas que vivir, y por tanto la sensación es que el viaje es corto. Al contrario, en la adolescencia y juventud los días se hacen eternos dado que todo lo que se vive tiende a ser nuevo y no hay una sensación de “urgencia” en el tiempo subjetivo, no se sabe el destino. Los jóvenes tienden a aburrirse, mientras que a edades tardías tendemos a la hiperactividad para conseguir tener sensación de haber aprovechado el tiempo (de esta forma estamos buscando inconscientemente nuevas experiencias). Puede que por esa razón, algunos, en sus últimos años, vean en el aburrimiento una estrategia para dilatar el tiempo.

Viajar, hacer algo diferente cada día podría ayudar por tanto a esa sensación de alargar los días. Pero acostumbrarse a viajar también se puede volver rutina, y a mí me ha pasado. Cuando más viajo, más noto la necesidad de buscar viajes más exóticos, de experiencias más diferentes. Pero al cabo de un tiempo, las experiencias habrán saturado nuestro cerebro y viajar a Bali puede sentirse tan familiar y poco excitante como ir a la ciudad de al lado.

Al final, mi conclusión es que no son sólo las nuevas experiencias las que nos ayudan a hacer que el tiempo pase más despacio, sino tambien la forma en la que vivimos las experiencias la que nos hace tener dicha sensación. Si lo que realmente influye en nuestro cerebro es vivir con intensidad el momento, estar con los cinco sentidos haciendo cualquier actividad, yo llego a la conclusión de que lo que hay que desarrollar es la capacidad para disfrutar cada momento. Hay que fomentar el esfuerzo de  impregnar nuestro cerebro con las sensaciones de novedad que necesitamos para fijar el momento. Y digo esfuerzo porque es así, romper la rutina, ver las mismas caras y las mismas cosas con ojos diferentes cada día requiere un esfuerzo, el esfuerzo de querer vivir, el esfuerzo de sacar de dentro la actitud apropiada frente a los mismos paisajes.

Al final, creo que lo que necesito es, simplemente, vivir más despacio, hacer menos cosas pero hacerlas con todos los sentidos, intentar impregnar los días con emociones y sensaciones que los hagan interminables. Creo que lo que necesito es más contemplación y menos acción. Y esa es la sensación que realmente tengo. 
Llego a la misma conclusión a la que he llegado otras veces, no es la mera acumulación de experiencias, hacer pintura o teatro, o viajar a la selva, aunque todo ello sea necesario hacerlo, es también la capacidad de disfrutar de las pequeñas cosas como si nunca las hubiese disfrutado antes, como si nunca pudiera volver a disfrutarlas. No es lo que hago, sino el corazón y los sentidos que pongo en lo que hago, por cotidiano que sea, lo que me hace disfrutar del tiempo. 

No creo por tanto que la sensación de haber vivido sea obligatoriamente una cuestión de cantidad de experiencias, al menos no del mero hecho de acumular vivencias como quien acumula sellos, creo que esa sensación depende fundamentalmente de la calidad y autenticidad con la que vivo cada momento y cada segundo de mi vida. Es esa “autenticidad” o consciencia plena en lo que hago la que puede que  también me permita tener la sensación de que el tiempo pasa más despacio.

De momento, voy ahora mismo a poner los cinco sentidos en mi huerto urbano recien plantado para ver como puedo evitar que los pájaros me lo coman. Ver crecer una jugosa lechuga si que es una sensación que alarga el tiempo, parece que nunca llega el momento de cortarla.